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La viajera sentimental

En lo que a mí respecta, me he convertido en una Viajera Sentimental por haber viajado no más, sino menos, que la mayoría; y, en cualquier caso, mucho menos de lo que lo he deseado. Pues la pasión por los lugares, las curiosas emociones que conectan con la disposición de la tierra, con las formas de los edificios, la historia o incluso la calidad del aire y el suelo, nacen, como todo sentimiento intenso y obstinado, menos de las cosas exteriores que de nuestra propia alma. Están hechos de la materia de los sueños y deben ser reflexionados en sigilo y recogimiento. Los lugares por los cuales sentimos ese amor cobran forma, antes de que nos hayamos dado cuenta, a través de nuestros deseos y gustos; más que descubrirlos, los reconocemos en el mundo de la realidad. Vernon Lee (1908), The sentimental traveler . 

El origen del viajar

Si echo la vista atrás e intento rastrear el origen de mi pasión por el viaje, sin duda, pienso en París. A los diecinueve años, era la primera vez que salía de mi país (quitando Portugal), mi primer avión y el primer encuentro tanto con esa fascinación por descubrir lugares nuevos, como con el sentimiento de pérdida que sucede a cualquier escapada.  O en Londres. Dos años después, casi mes y medio inmersa en una realidad diferente de la mía, hablando otra lengua y enamorándome perdidamente de la libertad que me acompañaba en ese día a día de hallazgo. Sin embargo, hay mucho más allá. Están los libros que ya de adolescente me invitaban a añorar sitios que nunca había pisado. Está aquel LeoLeo ambientado en San Francisco que me hizo querer vivir en sus cuestas. Y está, por supuesto y sin duda el primer escalón, la suscripción a tarjetas de países y ciudades, clasificadas por continentes y consistentes en textos e imágenes con información genérica de cada sitio. Mis padres no recuerd...