El origen del viajar

Si echo la vista atrás e intento rastrear el origen de mi pasión por el viaje, sin duda, pienso en París. A los diecinueve años, era la primera vez que salía de mi país (quitando Portugal), mi primer avión y el primer encuentro tanto con esa fascinación por descubrir lugares nuevos, como con el sentimiento de pérdida que sucede a cualquier escapada. 
O en Londres. Dos años después, casi mes y medio inmersa en una realidad diferente de la mía, hablando otra lengua y enamorándome perdidamente de la libertad que me acompañaba en ese día a día de hallazgo.

Sin embargo, hay mucho más allá. Están los libros que ya de adolescente me invitaban a añorar sitios que nunca había pisado. Está aquel LeoLeo ambientado en San Francisco que me hizo querer vivir en sus cuestas.


Y está, por supuesto y sin duda el primer escalón, la suscripción a tarjetas de países y ciudades, clasificadas por continentes y consistentes en textos e imágenes con información genérica de cada sitio. Mis padres no recuerdan cómo sucedió y yo, tampoco. En mi cabeza, fue mi padre quien me suscribió a aquellas fichas que recibía periódicamente y metía en un archivador azul con el planeta Tierra en la portada; él no sabe nada del tema. Tampoco conservo ningún rastro de aquella posesión maravillosa que durante años presidió uno de los muebles de nuestro salón y que consumió horas y horas de mi infancia. Podías preguntarme la capital, moneda o religión de casi cualquier sitio; habría sido raro que fallara.

He querido viajar desde que era niña, cuando no sabía lo que era viajar. Cuando pensaba que se trataba de ver una catedral o pagar con una moneda extranjera. Cuando no había aprendido que tenía mucho de dejar de lado prejuicios, escuchar, apreciar, abrirse. Cuando tampoco había detectado cómo uno se queda casi a un lado cuando viaja, supeditado a su explorar y aprender. 


Pretendo dejarme llevar en este blog por lo que me pida la página. Escribir un poco mientras viajo y un mucho mientras sueño con viajar. Pretendo reflexionar, compartir mis citas favoritas sobre el viaje, desarrollar anécdotas vividas y también reflejar aquellas otras peregrinaciones: las literarias, cinematográficas y de otras naturalezas que acaban modificando el sitio real.

Siento que nunca soy tan yo como cuando estoy en camino. Cuando me dejo llevar por la carretera y acabo en rincones no planeados. Cuando me despierto en un pueblo cualquiera. Cuando lo pongo todo de mi parte para ser capaz de expresar un mínimo en cualquiera que sea el idioma que me rodee.


Así que aquí dejaré que salga todo eso, que tome la forma que considere. 

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